10 de abril de 2010


El cofrade actual y su coetáneo del Barroco


Artículo de opinión
Cuaresma 2010. Boletín Hdad. Jesús Nazareno, La Roda de Andalucía (Sevilla).



No en pocas ocasiones los cofrades hemos sido tachados de vanidosos por las importantes cantidades de dinero que destinamos, en nuestras cofradías, con intención de ver realizados unos fines, que a la vista del extraño, carecen de valores cristianos. En consecuencia la Iglesia como institución también queda injustamente tachada con los mismos descalificativos, a pesar de que ésta ha sido y es, la primera que ha discrepado con las cofradías por este tipo de cuestiones, que por otro lado, vayan a creer que tienen algo de novedad en nuestros genes.
El mundo de las cofradías y su Semana Santa es un fenómeno antropológico que adquiere una dimensión extraordinaria y que cuenta con una extensa e intensa historia de más de siete siglos, y del que aún no se han puesto de acuerdo ni sociólogos ni antropólogos a la hora de definirlo, y lo que asombra más aún, ni los propios cofrades. El Cardenal Segura y Sáenz hizo referencia a todo esto mediante una Carta Pastoral en 1938 en la que dijo que “El mejor elogio del pasado de las Cofradías […] es, indudablemente, el de su propia brillantísima historia. Ante sus imágenes veneradas oraron nuestros grandes Santos, algunos de los cuales fueron sus Hermanos y por las listas de sus Cofrades en sus archivos desfilan nombres ilustres en la virtud, en el valor, en la ciencia”.

Es un tópico también que los cofrades somos esencialmente barrocos y que nuestras corporaciones se quedaron estancadas en el siglo XVII, en cuanto a la magnificencia y gusto estético con el que celebramos nuestra semana mayor. Y algo de cierto hay, no crean que andamos muy lejos del comportamiento que por aquel período tuvieron nuestros antepasados, sino, juzguen vosotros mismos.
La sociedad de la España del siglo XVII giraba en torno a la Iglesia y el país era un reino. Hoy lo sigue siendo -a Dios gracias-, aunque en cuestión de confesiones religiosas el patio anda algo revuelto. A pesar de las penurias por las que atravesaba -hambruna, pobreza, insalubridad y enfermedad-, se trata de un período de gran importancia para el desarrollo de la imagen y la concepción estilística que servirá como base artística y cultural de nuestra sociedad actual, siendo aún sus referentes activos.
El Barroco es la época en la que la fiesta se va a escribir con mayúscula. Su dimensión va a eclipsar al resto de la historia debido al derroche desorbitado de lujo y riqueza, y dejará como consecuencia tras su finalización unas arcas municipales seriamente comprometidas. Por su duración –escasos días- es de carácter efímero. El tiempo y el esfuerzo sobrehumano que dedican en prepararlas no importa, con tal de cumplir con sus principales objetivos: el impacto social y convertir a la ciudad en la ciudad de la utopía y la perfección para que sus ciudadanos olviden los problemas que les atormentaban.
Pero si por algo se distinguían es por la carga simbólica y propagandística que suponían de la religión católica y de la corona. Uno de los rasgos fundamentales era el de la interrelación fiesta-público, el cual debía ser bastante numeroso para que se llevara a efecto todo lo anterior. Éste diferenciaba claramente a los personajes notables, los cuales tomaban parte activa de la fiesta ocupando los lugares más destacados en las ceremonias y procesiones; del resto del pueblo que se encontraba en un segundo plano. Sus escenarios y recorridos eran los templos y las calles más significativas de la urbe, que a su vez, debían de transformarse estéticamente con la decoración de fachadas con altares, colgaduras, tapices, etc. Melchor Gaspar Jovellanos tras un análisis al respecto llegó a afirmar que “La forma de la ciudad siempre dispuesta para la fiesta revela los ideales profundos” .

Es una fiesta con un marcado sentido teatral en el que sus elementos imprescindibles son la luz, de gran cantidad de velas en altares y procesiones; la música; la plata y demás metales nobles; y el olor, con mucho incienso y la decoración de esos escenarios con hierbas aromáticas como el romero.
¿Os suena todo esto a algo?... me da la impresión que si, ¿verdad?. Todas estas prácticas de encuentran muy presentes en la actualidad, y el espíritu puede parecerse bastante a la hora de cómo celebrar la fiesta, aunque en el contexto social no exista mucha similitud.
El fenómeno religioso que más personas aglutina hoy en día, sin duda alguna, es el de la Semana Santa. Sus hermandades y cofradías son de las corporaciones más antiguas activas en la sociedad. Su cometido principal es el de dar culto público a los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo a través de sus cofradías, mediante la estación de penitencia –que es la manifestación de la fe católica que realizamos al salir a la calle con nuestras imágenes- y que se tributa a Dios en nombre de la Iglesia.
Esta tradición es fruto de la corriente vencedora contrarreformista del siglo XV, del más puro cristianismo ortodoxo, y que tan clara conciencia tuvieron nuestros antepasados “cofrades”. El programa iconográfico de de nuestra manifestación corresponde a unos patrones que se repiten en todas las HH: abre el cortejo una Cruz de Guía, que simboliza a Cristo, a la Iglesia, penitencia, caridad, etc. como referencia a la cita “coge tu Cruz y sígueme” (Mateo 19,21), haciéndonos partícipes de ello a todos los que conformamos la cofradía. Pertenece al grupo de “insignias” simbólicas de fe o de dogmas, y por este motivo es flanqueada por dos faroles que le dan luz –como simbología de la vida y de lo sagrado-. El Simpecado es otra perteneciente a esta categoría, y representa el Dogma de la Inmaculada. El resto de insignias van acompañadas de varas ya que son meramente corporativas por su alusión a efemérides, grupos internos, acontecimientos, etc.
A la vez las varas no son más que puros elementos de acompañamiento –en el caso de las que van junto a las insignias- o que expresan el grado o cargo en la cofradía del que la lleva en las presidencias de los pasos.
Pero si alguna insignia tiene un carácter puramente representativo de la corporación institucionalmente hablando, es la bandera de la hermandad, conocida popularmente como el “bacalao” -ya que su forma nos recuerda a la de un pescado-. Suele ir en la antepresidencia del paso de la imagen que define popularmente a la cofradía. En cuanto al paso, es una prolongación del retablo en el que las imágenes están todo el año en el templo, es decir, un altar itinerante. El paso de palio adquiere mucha más simbología ya que ninguno de sus elementos están puestos de manera gratuita –el palio simboliza el respeto; los doce varales los apóstoles en torno a María en un nuevo y reiterado Pentecostés; la “gloria” el cielo; la corona de doce estrellas subraya la realeza de María; el bordado en oro su dignidad, dones, rango y perfección; el pañuelo es una prolongación de la patena utilizada a la hora de la comunión; el tocado es la versión andaluza del schbisim judío; el manto la acogida de la Madre que cobija a todos sus hijos que a su vez representan sus costaleros; el Rosario como meditación de los acontecimientos de la Redención; y un larguísimo etc.-.
Cuatro siglos después podemos afirmar que las cofradías gozan de buena salud, con un importante potencial humano que las hace activas en la sociedad, aportándole entre muchas cosas, patrimonio artístico y cultural que sin duda alguna engrandece a su vez al del lugar donde se encuentran.

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